Mentalmente me veo bloggear que bloggeo y también puedo verme ver que bloggeo. Me recuerdo bloggeando ya y también viéndome que bloggeaba.

viernes, 11 de septiembre de 2009

De libros y la biblioteca

Aprovechando que hoy casi no tuve clases, fui a la biblioteca nomás a ver qué onda. Llevaba mi listita:
  • leche
  • pan
  • PN45 B52
  • PQ2603 L3334 P3
  • PQ2220 D723 B5
  • PQ2605 A3734 P67
  • huevos
Para poder llegar a la biblioteca hay que bajar las escaleras del mal, nadar por el lago de las aguas verdes, atravesar las vías del tren y pelear contra los super altísimos Halcones de la UV para poder conseguir la llave que abre las puertas del conocimiento del saber. Así que contraté un chofer para que hiciera todo eso por mí. Nunca había visto un tren tan largo, mi héroe contratado estaba desesperado. Debo admitir que los primeros 15 minutos yo también me desesperé y quise bajarme del taxi y saltar los vagones al más puro estilo de Jet Li, pero traía minifalda y no estaba dispuesta a dar doble show. Entonces me puse a ver pasar los vagones (no se me ocurrió contarlos, por algo no estudié Matemáticas ni Percusiones) y a pensar en la gente que viaja en tren, en específico los que llevaban a los campos de concentración (a propósito de Blanchot) y luego en mi abuelo porque le tocaron esas ondas, pero no tardé en volver a imaginarme saltando vagones.

Estoy segurísima de que un espíritu Bartlebianesco anduvo detrás de mí todo el tiempo, porque no encontraba ninguno de los libros que quería. Empecé a darme por vencida hasta que encontré los libros de Camus y eso me animó un poquito. Cuando agarré uno, una sustancia, cuya composición y procedencia no quiero saber, se me embarró en los dedos. Mal ayuyu, los dejé ahí. Así que contraté otro superhéroe, llamémosle Bibliotecario. Bibliotecario buscó y me encontró un libro y me dijo que los demás estaban en la colección especial, lo que significaba que no podía llevármelos a mi casa, snif. Corrí hacia la colección especial donde me proporcionaron muy amablemente El libro que vendrá, me llevé a Blanchot al fondo de la sala y me lo empecé a devorar. Es que es genial, lo abrí y así sin prólogo ni nada de foreplay me llegó:
Las Sirenas: realmente parece que cantaban; pero de un modo insatisfactorio, pues sólo dejaba entender la dirección en que se abrían las verdaderas fuentes y la felicidad verdadera del canto. Sin embargo, con sus cantos imperfectos, que no eran sino un canto venidero, conducían al navegante hacia ese espacio en que verdaderamente comenzaría el cantar. Por tanto no lo engañaban, sino que lo llevaban realmente a su objetivo. Pero, una vez alcanzado el lugar, ¿qué es lo que pasaba?, ¿qué lugar era ése? Uno en el que ya sólo se podía desaparecer, porque en esta región de fuente y origen hasta la música había desaparecido más radicalmente que en ningún otro paraje del mundo: mar en que se hundían, sordos, los vivos, y en que las Sirenas -lo que prueba su buena voluntad- un día tuvieron, también ellas, que desaparecer.

¿De qué naturaleza era el canto de las Sirenas? ¿Cuál era su punto débil? ¿Por qué este fallo hacia ese canto tan poderoso? Los unos siempre han respondido que era un canto inhumano: un ruido natural sin duda (¿es que hay otros?), pero al margen de la naturaleza, en todo caso extraño para el hombre, muy profundo y despertando en él ese placer extremo de caer, imposible de satisfacer en las condiciones normales de la vida. Pero, dicen los otros, lo más extraño era el embrujo: no hacía más que reproducir el canto de los hombres, y, como las Sirenas, aun siendo sólo animales, muy bellos a causa del reflejo de la belleza femenina, podían cantar como cantan los hombres, convertían el canto en algo tan insólito que hacían surgir en quien lo escuchaba la sospecha de inhumanidad en todo canto humano. Por tanto, ¿es de desesperación de lo que habrían muerto los hombres, apasionados de su propio canto? Por una desesperación muy cercana al rapto. Había algo maravilloso en este canto real, canto común, secreto, canto simple y cotidiano, que no podían sino reconocer enseguida, cantado irrealmente por potencias extrañas y, digamos, imaginarias, canto del abismo que, una vez escuchado, abría en cada palabra un abismo e invitaba con fuerza a desaparecer en él.

Este canto, no lo olvidemos, iba dirigido a navegantes, gente de riesgo y ademán audaz, y él mismo era navegación: era una distancia, y lo que revelaba era la posibilidad de recorrerla, de hacer del canto el movimiento hacia el canto y de este movimiento la expresión del mayor de los deseos.
Quedé picadísima. Regresaré a robármelo.

No hay comentarios: