Calíope era la musa de la elocuencia. En el caso de que ella solamente fuera un simple medio para inspirar, seguro se pasaba buena parte de su tiempo en los salones de belleza y de shopping, o asomada por su ventana mirándose las uñas o qué-se-yo. De ahí, si se dignaba, iba a la mente del inspirado en turno a hacerle el favor. Probablemente después de eso se iba con Terpsícore a bailar o alguna fiesta con las demás musas.
Todo iba muy bien en la vida de Calíope, para 1800 y pico ya tenía una obra bastante extensa. Si su obra era la inspiración, entonces todo lo escrito era obra suya. Un día estaba de ociosa y decidió irse a las Américas porque estaban de moda. Allí conoció a Edgar Allan Poe, ese huerfanito gringo tenía un no-sé-qué que qué-sé-yo y le fascinó. Ella le coqueteó descaradamente pero pues seguía yéndose a las bacanales de su pueblo así que él la rechazó; no necesitaba de ella, tenía a las estructuras, y escribió maravillosamente.
Digamos que Calíope nunca volvió a ser la misma desde Poe. Entró en una especie de crisis de los 40’s; sus admiradores ya no eran tantos, ya casi no recibía flores, regalos, chocolates, sms, invitaciones y cenas románticas a la luz de las velas. Ahora ya no iba con Baco a disfrutar sino a beber y a olvidar. Y le abría las piernas a cualquiera que le coqueteara, lo que significa que la escritura es para cualquiera, que cualquiera puede decirse escritor.
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