Mentalmente me veo bloggear que bloggeo y también puedo verme ver que bloggeo. Me recuerdo bloggeando ya y también viéndome que bloggeaba.

lunes, 22 de junio de 2009

Espejos Elizondianos

No recuerdo nada. Es preciso que no me lo exijas. Me es imposible recordar. Es necesario que no me atormentes con esa posibilidad, con la probabilidad de esa mentira que hemos forjado juntos ante aquel espejo enorme que nos reflejaba entre sus manchas y grietas. Es necesario que no me atormentes con esa posibilidad de la memoria. Sólo se ha grabado en mi mente una imagen, pero una imagen que no es un recuerdo. Soy capaz de imaginarme a mí misma convertida en algo que no soy, pero no en algo que he sido; soy, tal vez, el recuerdo remotísimo de mí misma en la memoria de otra que yo he imaginado ser. Es por ello que yo no puedo recordar. Sólo puedo escucharte, oír tu evocación como si se tratara de la descripción de algo que no tiene nada que ver conmigo. Es preciso, lo sé, que yo te crea cuando me hablas de todo lo que hemos hecho juntos. Estoy dispuesta a creerte, pero no puedo recordarlo porque para ti yo no soy yo. Soy otra que alguien ha imaginado. Soy, quizá, la última imagen en la mente de un moribundo. Soy la materialización de algo que está a punto de desvanecerse; un recuerdo a punto de ser olvidado...
(fragmento de Salvador Elizondo, Farabeuf)
Pero la musa debe olvidar para poder recordar. Si la musa soy yo pero no puedo recordar ¿qué pasa con mi oficio? Cuando me escribo, existo. Pero si no me puedo recordar... Si soy un recuerdo a punto de ser olvidado, soy la musa del olvido. Ya no existo.

lunes, 8 de junio de 2009

Una carta:

A propósito de una polémica novela que me dejaron leer en la universidad, A pesar del oscuro silencio de Jorge Volpi, escribí el texto a entregar y será leído el miércoles en una mesa redonda (insertar brinquitos de felicidad). Espero que se me quite la cochina gripa que no tengo ganas de recitar mi ensayo toda mocosa y con estornudos intermitentes, en el mejor de los casos espero hablarlo con voz sexy. 

La novela trata básicamente de las similitudes entre la vida de Volpi con la del poeta contemporáneo Jorge Cuesta. Volpi escuchó por acaso un chismecillo del poeta y quiso saber más. Investigó y fue más allá al grado de comparar sus vidas, porque se llamaba Jorge igual que él y por eso su vida le dolía dos veces (parafraseo). Total que en la novela hace una serie de entretejido con su vida y la de Cuesta. Insertó unas cartas que escribió el poeta para su hermana y una en especial llamó mi atención por los temas que maneja. Y la manera en la que empieza a escribir "Te escribo esta carta aunque sé que no vas a leerla". Me pregunto qué pasa, cuál es la necesidad de escribir una carta que no cumple su propósito de ser leída. Bueno, sin más preámbulos, ésta es la carta:

Te escribo esta carta aunque sé que no vas a leerla. Quizá por eso mismo me atreva a desafiar el silencio de nueva cuenta; por un momento me regocijé pensando que no tendría que volver a someterme a esta tortura, que una pluma no estaría otra vez en mis dedos para verter insípidas gotas de tinta, pero no soy capaz de escapar al delirio. No comprendo qué absurda manía me lleva a calcinarme con mis propias -ahora desgastadas- palabras. No resisto, como si no fuese yo sino otro quien dicta estas líneas de dolor y sangre. Dios mío, cómo desearía poder decirle esto a alguien -incluso a ti- en lugar de tener que escribirlo. En verdad nada destruye como la escritura: aniquila la realidad cuando cree preservarla, la inmoviliza y agota cuando intenta rescatarla del olvido y el tránsito. El sentido del mundo está en caminar, en el movimiento, en el cambio: fue hecho sólo para deslizarse en instantes irrecuperables, para nacer y morir en un parpadeo. En cambio la literatura, falaz remedo de la memoria, está paralítica; formada a base de insatisfacciones, no resucita a nadie. Como el amor, desde el inicio se encuentra condenada al fracaso. Lástima que lo descubriera tan tarde; ahora, aun sabiendo que es inútil, que por ella me condeno, no logro evitarla. Te escribo porque he decidido lanzarme al vacío: al menos en este caso no me atrapa la inercia. Será el único acto digno de mi vida: despeñarme libremente, arrostrando la responsabilidad. Lo peor es que te escribo y ni siquiera sé si te conozco. ¿Te amé? ¿A quién amamos? No a las personas, sin duda, sino a sus imágenes, las nebulosas siluetas que hacemos de ellas: a sus residuos. A fin de cuentas -el dolor lo prueba- sólo existimos para quienes nos aman o nos odian. Por desgracia esa temible existencia que nos otorgan los otros no se parece a nuestra amargura. De ahí que el amor más profundo sea el que tiene por objeto un desconocido; así lo poseemos sin decepcionarnos de la idea que tenemos de él comparada con su cuerpo. Cuando convivimos con el ser amado, cuando lo vemos diario, cuando somos capaces de adivinar sus pensamientos, el amor se desvanece y nos damos cuenta de que el otro no ha sido más que un pretexto. Pero no me importa, a estas alturas me da igual que seas una invención mía y no vayas a leer esta carta: de cualquier modo voy a escribírtela. Que el azar me pruebe en este viaje absurdo, yo probaré en él mi suerte. Muy poco me resta de ti: apenas una remembranza amarga, un espasmo, jamás una mirada, una palabra, una caricia tuya. Todo se desvaneció; ni siquiera tu nombre significa algo, pues, ¿a cuál de tus figuras, estados de ánimo, sentimientos he de dirigirme? ¿Cuál de todos esos ojos, mejillas, llantos, insultos eres tú? Sólo sé que, pese a la irracionalidad que entraña, te amo intensamente, mi destino depende de un murmullo de tus labios, de una seña de tu mano. Es la paradoja: no puedo dejar de decirte ya nada. Nada puede hacer que te oculte lo que por ti y para ti es en mí. Nada me puede contener, ni el temor de herirte; te hiero en mí, yo sangro más que tú, yo sufro más, pero es necesario. Estoy poseído esta vez, nada mío puede negar a lo que me posee; me posee el amor a ti. Me da una resolución que tú puedes mirar, una lucidez que puedes sentir. Te toco, te veo, te toco y te veo en mí: yo soy de ti, fuera de ti no soy: déjame que me defienda de morirme. Deja que por un instante vuelva a hacerme de ti; que lo intente. Bien sabes adónde llegaba mi violencia por tu piel y por tu mente, lo que amaba tu dolor para apropiármelo, para llenarme de él y liberarte de su peso. Eras una meta inalcanzable, huías como tu cariño; escapabas en tu fragilidad con mis lágrimas. Yo te perseguía hasta en los espejos donde acostumbrabas mirarte. Te buscaba, te atrapaba, te estrechaba contra mi pecho sólo para observar cómo desaparecías entre mis brazos. Perdóname si te lo recuerdo. Te he hablado, te hablo sin pudor, brutalmente. Te he hablado a pesar de que al hablarte miro que te hiero, pero yo te digo que yo me hiero más hondamente, que yo sufro más horriblemente y que el mayor mal que me ha hecho la vida y que todavía puede hacerme es que tenga que hacerte daño fatalmente, sin que nada en mí pueda evitarlo, a pesar de que todo en mí llora de verlo y se enloquece de sentirlo. Estoy llorando como nunca he llorado. Toda mi vida está llorando por ti. Perdóname, fui yo quien te destruyó, no el tiempo. Debía olvidarte, asesinarte, apartarte de mi cabeza. Tú y yo. Y vencí: de pronto dejaste de importarme. Quise entonces excluir de mi alma los sentimientos, siniestras llaves de puertas no deseadas, ápices de debilidad. Ellos nunca me explicarían el mundo. Me refugié en la inteligencia, ese frío tumor: con ella fabriqué un universo contingente, con leyes precisas, donde no hacías falta. El azar estaba prohibido; el amor, proscrito. Perdí de vista que, aun reinando, la inteligencia siempre permanece sola. Absolutamente sola. Perdóname, pues, esta carta: necesitaba escribirla y adquirir valor para la única conclusión posible, la consecuencia extrema de mi vida y de mi obra. Infinidad de veces repetí que había que arrancarle al mundo los escasos jirones de verdad que nos muestra: ahora me veo precisado a desprender el más importante, el que puede justificar los demás, el que puede dar sentido al tedio y al dolor, a las risas necias y los olvidos puntillosos, a tu amor desvanecido y a esta carta que se pierde con mi sangre.

Amada, estás presente a pesar del oscuro silencio,


Mi ensayo versa sobre la imposibilidad de la escritura y del amor que se manifiestan en esta carta. Por supuesto que entrando en ese mundo donde La Escritura es imposible, veo mis textos como un boceto de algo que puede llegar a ser mejor, como un tipo de proto-escritura que puede llegar a convertirse en una meta-escritura. He aquí mi interés.

sábado, 6 de junio de 2009

Calíope

Calíope era la musa de la elocuencia. En el caso de que ella solamente fuera un simple medio para inspirar, seguro se pasaba buena parte de su tiempo en los salones de belleza y de shopping, o asomada por su ventana mirándose las uñas o qué-se-yo. De ahí, si se dignaba, iba a la mente del inspirado en turno a hacerle el favor. Probablemente después de eso se iba con Terpsícore a bailar o alguna fiesta con las demás musas.

Todo iba muy bien en la vida de Calíope, para 1800 y pico ya tenía una obra bastante extensa. Si su obra era la inspiración, entonces todo lo escrito era obra suya. Un día estaba de ociosa y decidió irse a las Américas porque estaban de moda. Allí conoció a Edgar Allan Poe, ese huerfanito gringo tenía un no-sé-qué que qué-sé-yo y le fascinó. Ella le coqueteó descaradamente pero pues seguía yéndose a las bacanales de su pueblo así que él la rechazó; no necesitaba de ella, tenía a las estructuras, y escribió maravillosamente.

Digamos que Calíope nunca volvió a ser la misma desde Poe. Entró en una especie de crisis de los 40’s; sus admiradores ya no eran tantos, ya casi no recibía flores, regalos, chocolates, sms, invitaciones y cenas románticas a la luz de las velas. Ahora ya no iba con Baco a disfrutar sino a beber y a olvidar. Y le abría las piernas a cualquiera que le coqueteara, lo que significa que la escritura es para cualquiera, que cualquiera puede decirse escritor.

jueves, 4 de junio de 2009

Tengo una duda

¿Ser o no ser?


Ah no espera, esa no es mía.