Mentalmente me veo bloggear que bloggeo y también puedo verme ver que bloggeo. Me recuerdo bloggeando ya y también viéndome que bloggeaba.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Carta hipotética a un ex-contrabajo

29.01.10

Anoche empecé a estudiar el libro de Solfeo I de la maestra polaca de mi hermano. Debes saber que a duras penas puedo leer bien en clave de Sol, imagínate cómo me va en la clave de Fa (¡¿sabías que existe una tal clave de Do?!) Me sentía como mongolita: re, la, do, sol | mi, fa, re, ti | con el metrónomo a sesenta. Me la pasaba haciéndole preguntas a mi hermano ad fastidium, hasta que formalizó su inconformidad de la siguiente manera: “Voy a tener que ponerme a estudiar diario contigo” y manifestó una ofensa fraternal diciéndome: “No tienes inteligencia espacial”, la cual culminó con una firme ejecución de sape justo en mi frente.

Había aceptado mi derrota en la música cuando no quedé en la facultad, refugiándome en el indie, el metal y el Camel azul; pero se me presenta una nueva oportunidad de aprender clandestinamente. Esto no es más que un intento –podría bien llamársele necedad– de poseer otro lenguaje para poder expresar lo inefable con acordes, colores, melismas y vibratos. Sin embargo, dotada de la oralidad efímera, esta búsqueda está condenada al fracaso, pues después de haberles dado vida, de proliferar las palabras, estas reverberarán en el escenario tan sólo unos instantes para morir en el olvido. Tal vez tú, mejor que yo, lo sabes.

Disculpa, he debrayado una vez más. A la velocidad de sesenta realicé mis solfeos mejor de lo que creí. Mañana retomaré mis ejercicios subiéndole la velocidad esperando realizar a tempo mi cometido.

sábado, 9 de enero de 2010

Créditos disonantes

He perdido la memoria, y con ella todo lo demás. Lo único que a veces lamento es no haber perdido -del todo- el oído.

El mundo presenta: al camión destartalado, el baterista impertinente, el celular con tonos cumbiancheros que debía estar en vibrador, el tráfico, el perro, la televisión, las tres niñas con pandero, la taza que se rompe, el señor que vende periódicos, el regaño consuetudinario, el consejo no pedido y como artista invitado: el pensamiento en voz alta que nunca es tan comprensible para quien se encuentre cerca por acaso, pero sí audible para saber que existe. El mismo comercial de la radio y en diferentes estaciones, el ventilador viejo a su máxima potencia, el martilleo imaginario, el que mastica con la boca abierta, el bebé que llora, las señoras que platican y se ríen estruendosamente, todos están presentes. Y de repente se detiene el carrusel de invitados para dar paso a la risa amable del señor en bata blanca mientras receta unas pastillas que debo tomar por los próximos seis meses, después debo volver para examinar el progreso. Mi madre se apresura a guardar el papel en esa bolsa tan grande que siempre trae donde bien podrían caber dos platillos o un par de baquetas.
FIN